viernes, 24 de octubre de 2008

APOLOGÍA DE LOS DRAGONES / Conrado Alzate Valencia/ Por Hernando Guerra Tovar


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Por Hernando Guerra Tovar

Apología de los dragones de Conrado Alzate Valencia es una puerta abierta al mundo de la infancia. Sólo el poeta, eterno guardián del sueño, misionero de la palabra encantada, puede acceder a este universo de presencias lúdicas. En el territorio del alba, donde todo es posible, desde la verosimilitud de la fantasía a la increíble realidad de la inocencia, el poeta, sacerdote de la palabra sagrada, oficia el milagro. Comarca situada en algún lugar de la memoria, infierno o paraíso en donde pervive la bestia primigenia, serpiente o pájaro, tierra o fuego, ignorancia o conocimiento. El lector tiene la opción de elegir a través de la poesía entre lo divino y lo humano, entre la realidad y la ilusión, entre oriente y occidente, entre el Apocalipsis y el festejo. En esta posibilidad reside la importancia de la apología, de la defensa a ultranza del mito. Alzate Valencia posee la llave de este universo misterioso, y sin embargo, deja la puerta abierta.

En Apología de los dragones, del poeta de la Ciudad del Ingrumá, se manifiestan todas las opciones, todas las posibilidades del hombre. Aquí el albedrío es cosa cierta. Conrado Alzate eligió una de las dos interpretaciones del Dragón como símbolo, como arquetipo. Eligió la leyenda oriental, que en China y Japón alude a un dragón con poder espiritual, de conocimiento, arte, fuerza y cosecha. Un dragón alegre, carnavalesco. Un “personaje” fabulado que se sitúa en la infancia, en la lúdica de la primera edad. Poética, psicología, filosofía y religión entrelazadas. El inconsciente individual y colectivo (Jung) en favor de una percepción alejada del modelo platónico, al que occidente, especialmente la Iglesia, le da una interpretación de condena, relacionando lo divino y lo terrenal, para hablar del pecado, la culpa y la ruina. Conrado Alzate nos convoca en su intuición poética a decidir por la expiación, por la inocencia del hombre.

Imago o alegoría, el poeta abre la puerta de su obra de par en par, para que el viajante decida si entra o sigue de largo. Yo como lector he decidido entrar, y una vez adentro, entre las páginas de este libro maravilloso, he resuelto quedarme, para disfrutar de una palabra breve: “Sabio es abrir los labios sólo para decir lo justo”, una palabra mágica colmada de silencios, silfos, ondinas, de “espíritus nemorosos”. He decidido quedarme en la estancia fabulosa de este libro, no obstante la presencia de los mismos “Tigres del templo”. Y es que: “Para nosotros los tigres son inofensivos”, mientras que “Para otros, son el salto terrible de la muerte”. Irónica dualidad. Acaso el único poder del hombre consista en la capacidad de decidir, de escoger entre dos percepciones opuestas que, como mínimo, se le presentan en el cada instante de una cotidianidad sinuosa:
“Las estrellas son la brújula de los viajeros nocturnos.” (…)
“La noche ama las estrellas porque son los ojos del cielo.”

Un viaje por la ribera del río, por el recuerdo de los abuelos, su casa, que posee “el color opaco del olvido”, por la tierra en donde “espiga la llama dorada de los sueños”. “Cazadores visuales”, avanzamos por un paisaje pleno de miradas desde la sombra, “los espíritus del monte guían nuestro destino y ponen pensamientos dulces en nuestros labios”, porque “Desde tiempos inmemoriales estamos atados a la mitología y a los seres de este territorio”.

Una extraña sencillez elabora esta palabra: “¿Para qué mover los labios / en procura del mejor adjetivo, / si la piel, los ojos y las manos / son una hoguera de voces y deseos?” Extraña sencillez profunda que se transforma en ternura, que es ternura. Podríamos decir que la palabra es al poeta como el poeta a la palabra, para significar esa congruencia entre el autor de este libro y su poética, ajena a todo artificio, a cualquier especulación retórica. Valencia Alzate prefiere transitar por la orilla riesgosa de una palabra despojada, casi directa, peligrosa manera de asumir la estética entre precipicios, sin caer, sin desbarrancarse. El poeta no sólo conserva el equilibrio, sino que nos invita a disfrutar de la tierra, de los ancestros, los amigos, las miradas ecológicas, los monólogos, los olvidos, las apologías del silencio: “En las noches damos gracias al poder del fuego, / al viento, al jaguar, a los salmones del río / y a todo lo que esta tierra nos brinda con amor. / Aquí la vida es sencilla como gotas de rocío”. (…)

La presencia recurrente del abuelo, figura que encarna la sabiduría, la seguridad y el calor del hogar, la nostalgia de la casa perdida en el tiempo, la infancia; la impotencia y la inutilidad de la poesía para recuperarla: “Daría mi vida por tenerla en pié, llena de afectos, / de cuadros, de muebles antiguos y de rezos. / Pero yo no puedo rehacer la casa con estos versos”. El amor por la tierra, por la naturaleza, enlazado a un sentimiento existencial, como al final de su poema, “Si yo fuera árbol”: “Sería un ser silencioso como los peñascos, / amigo de la soledad y de los espíritus montesinos. / Si yo fuera árbol, sería la morada florida de los pájaros.” Y el deseo de trascendencia, de posteridad, que anima a todo creador, consignado bellamente en el poema, “Un verso para el recuerdo”: “Yo sé que mañana, los poderes fríos y enigmáticos / de otro mundo, vendrán por mis huesos y mis órganos. / sé que todo lo mío partirá dócilmente tras el olvido. / Pero tal vez un verso se revele para salvar mi nombre / y se quede anclado en los cálidos labios del recuerdo.”

Con este libro, ganador del concurso departamental de poesía de Caldas, el poeta Conrado Alzate Valencia se inscribe dentro de la más alta vertiente de la poesía de su generación en Colombia, al lado de autores como Gabriel Arturo Castro, Nelson Romero Guzmán, Omar García Ramírez, Gonzalo Márquez Cristo, entre otros, quienes tienen en común una estética alejada de la épica belicista, pero comprometida con el pensamiento, la reflexión; con la tierra y la palabra misma, en tanto lugar de encuentro con el hombre.

Apología de los dragones. Conrado Alzate Valencia.
Concurso de Literatura Caldas, modalidad poesía.
Manizales, 2007.

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